domingo, octubre 30, 2005

Viaje al fondo de una botella

Pasaban los minutos y yo seguía en aquella carretera que parecía no tenía final. Por fin llegué a un tramo que se me hacía conocido, pasé los dos topes que me recordaron que existía un viejo bar si doblaba a la derecha en la próxima lateral. Así lo hice, hay cosas que nunca cambian, y ese camino de tierra era idéntico como cinco años atrás. Llegué al bar, que tampoco había cambiado su fachada ni sus luces verdes de neón que tanto me recordaban esos lugares de caballeros que existen en el centro de la ciudad. Entré y saludé a los dueños, que siempre estaban detrás de la barra sirviendo cenas y tragos. Pedí, como era costumbre, la clásica botella de ron medio barato con unos refrescos de cola y aguas minerales. Había sido un día difícil tanto en el trabajo como en mi vida personal, y lo último que quería era regresar a casa con tanto sentimiento medio atragantado en la garganta.
Me serví la primera cuba, repasé el día en mi oficina para ver en qué la había regado, papeles traspapelados que seguramente la secretaria no había ordenado como le había pedido. Eso de tener gente incompetente a tu lado siempre trae problemas, siempre.
La cuba se había terminado, por lo que hice una pausa y me levanté para poner una canción de aquella rockola de antaño que seguía funcionando. Hay cosas que nunca cambian y dicha rockola no era la excepción. Escogí "Riders On The Storm". Me senté y me serví otra cuba. Casi no había gente en el bar, aunque no era de extrañarse porque era martes por la noche. Sólo una pareja que se veía muy cariñosa y por alguna no extraña razón sentía un poco de celos.
Me acordé de los pleitos que últimamente me traía con mi esposa. La había conocido en un viaje de estudios en europa y habíamos mantenido la relación, a pesar de las distancias y de las pocas ocasiones en las que nos podíamos encontrar al año. Cuando finalmente vivimos allá, la relación era la mejor que había tenido con alguna mujer, razón normal para pensar en el matrimonio, acto que celebramos en una iglesia pequeñita pero muy bonita en la ciudad natal de la que ahora es mi esposa.
El contenido del vaso sabía más a cola que a ron, por lo que rellené el vaso con la cantidad exacta de ron que tanto le encanta a mi alma.
Volteé a mirar mi alrededor, la pareja se había marchado pero en su lugar se encontraban cuatro escuincles pidiendo cervezas en la barra. Cuando yo tenía su edad era todo un desmadre, ahora no soy ni la sombra de ese ser que fui en alguna época. Hay que ir asentando cabeza, esa era la razón de mi resignación para enclaustrarme en miedos propios. Quizá esa era unma razón por la cual tenía hoy en día tantos problemas en casa, perdí el valor de aventarme a hacer cosas que no creía ser capaz de lograrlas; me convertí en un ser aburrido y sin aspiraciones.
Media botella restaba, qué rápido se había esfumado su contenido. Se escuchaba "Sweet Child o' Mine" desde el fondo del bar. Había vivido una buena infancia, a pesar de haber tenido muchas carencias no puedo quejarme porque todo aquello forzó el camino que me llevó al momento más feliz y claro de mi vida, en la que me sentía totalmente pleno y satisfecho con lo que había logrado. Tengo dinero, vivo en buen lugar, tengo una esposa y 3 hijos a quien adoro màs que a nada en este mundo, soy reconocido por mis trabajos a nivel nacional y en uno que otro país europeo. Sin embargo, no entiendo por qué esa felicidad que poseí en un momento se ha desvanecido, sin muestras de regresar en poco tiempo.
Puse una cara amarga, pues me di cuenta que me había puesto más ron de lo normal, agregué más agua mineral.
Siempre había soñado con ser una persona exitosa, con lograr todo lo que mis amigos poseían en sus padres, y ahora que creo ser todo aquello, no me llena como lo había soñado. Al contrario, me ha alejado de las cosas que quiero por tener siempre que estar viajando, visitando mis fábricas, asistiendo a eventos en donde la gente, sin conocerme, me aplaude y me entregan premios que ni yo ya carburo.
Un vaso más, el alcohol está a punto de terminarse. De alguna manera siempre me inquietó saber exactamente en qué momento mi matrimonio se había ido por la coladera. Muchas veces habíamos expuesto sobre la mesa la idea de un divorcio, pero no es que no la amara, o ella a mí, simplemente hemos tomado diferentes caminos. Como dije, en el fondo sé que la amo, quizá de una manera fría y distante, pero sigue siendo ella la parte fundamental de mi existencia. Sólo siento que después de tanto tiempo juntos podemos resolver cualquier situación que se nos presente.
Maldición, se ha acabado la botella, pero ya estoy lo suficientemente tomado como para pedir otra cosa. Me despido de los dueños y pago mi consumo. Lo bueno es que ahí no conocen la reputación social que tengo, para ellos soy simplemente un viejo amigo que regresa de vez en cuando a consumirles una botella de ron.
Me subo al coche, lo enciendo e inicio el viaje de regreso a casa.
En el trayecto pienso que no es demasiado tarde para arreglar las cosas en mi familia; no volveré a perderme los cumpleaños de mis hijos y celebraré los aniversarios de bodas con mi querida esposa de ahora en adelante. Si me meto en problemas por faltar a mis labores no me importa, ya me he fregado el lomo los suficientes años para poder vivir cómodamente los días que me restan. Creo que es hora de disfrutar la vida, con riesgos, pero sobretodo, con mi familia.
Llego a la casa y me encuentro con el portón abierto. Estaciono el coche, me dirijo a la puerta y ésta también está abierta. Entro a la casa y veo todas las luces prendidas. Llamo a gritos a mi esposa, a mis hijos, a los criados pero no recibo respuesta alguna. Subo las escaleras y entro mi cuarto, veo todo hecho un revoltijo, como si alguien se hubiera metido a robar. Entré en un pánico terrible al pensar que algo le habría pasado a mi familia. Me asomé por la ventana y observé que el coche de mi esposa no estaba en la cochera, lo que hizo volar mi imaginación con deducciones increíbles y verdaderamente zafadas de la realidad.
Busqué en el cuarto de mis hijos y encontré una carta sobre el escritorio de Santiago. Abrí el sobre y en contré una hoja con letras definitivamente escritas a prisa, una letra muy temblorosa, en la que me explicaba que no valía la pena quedarse más a mi lado, puesto a que todo era monótono, aburrido pero sobretodo que el amor y el cariño se había extinguido hacía años, que ya no soportaba ser simplemente como una sombra para mí, y que lamentaba ya no poder hacerme sentir lo mismo que cuando nos conocimos. Se llevaba también a nuestros hijos y que por el momento se quedarían en casa de sus padres, pero que por el momento no deseaba saber nada más de mí.
La noticia me destrozó totalmente, sin embargo, muy en el fondo de mí era algo que esperaba que sucediera años antes. Hay cosas que nunca cambian, y cuando lo hacen, nos toman totalmente desprevenidos. Muchos recuerdos llenaron mi cabeza mientras observaba la foto de nuestra boda en nuestro buró.
Comencé a alzar todo el desastre que había en los cuartos, sobretodo era ropa y zapatos los que yacían sobre la alfombra y camas; bajé a la sala, lugar que en ese momento me pareció indicado para desprenderme de algunos fantasmas, prendí la lámpara junto al vitral que da al jardín, encendí el televisor, que mostraba pura estática, me dirigí al minibar, me serví una copa de vodka y me senté en el sillón; recuerdo haber mirado a la nada por horas.

miércoles, octubre 26, 2005

Something

Something has born inside of me
and it's not ready to die yet
it's not ready to die yet.
Living through the darkness
dealing with the pain everyday
you better walk away.

Something is growing inside of me
it's not ready to die yet,
kissing all the feelings goodbye
they were always a lie
now they deserve to die
you better run away.

Something has grown inside of me
it'll never be ready to die.
Escaping from reality
I'm hiding in your fears
never coming back
you better stay away from me.

sábado, octubre 15, 2005

La lluvia y el constante acoso de los recuerdos

La lluvia, que por momentos arrecia, resbala velozmente por el cristal de la ventana por donde se filtra una tenue luz que evita que la habitación esté completamente oscura. Todo está inmóvil. El rumor de la lluvia se confunde por momentos con el de la regadera que dejó abierta. Él mira desde la cama el jardín. Tiene la ropa y el cabello mojados y fríos.

Miles de gotas de lluvia se incrustan en lo alto de la ventana, se columpian durante un instante y después descienden lentamente, a su paso arrastran otras gotas dibujando surcos irregulares en el cristal. Anochece, una grisacea penumbra invade todala habitación.

Trata de recordar, le duele intentarlo. Las imágenes se confunde, los recuerdos también, no logra ordenarlos. Por un momento, piensa que la llamada de Cuernavaca desencadenó los acontecimientos, pero no fue así. Él lo sabe aunque quisiera que no fuera así. Quizá fue lo de Marco, sí, puede que allí esté la clave. Suena el teléfono, lo ve como si fuera un animal extraño, desconocido. Es azul, como los ojos de Marco. Al hacer la comparación, se dibuja en sus labios una dolorosa mueca.

Del baño escapan pesadas nubes de vapor que humedecen el ambiente. No ha dejado de llover, la ventana se ha empañado y no puede seguir viendo el jardín. Es ya de noche, se mesa el cabello, lo siente húmedo y suave, como el de Marco. Se levanta violentamente, enojado por no poder olvidarlo, por relacionarlo con todo lo que piensa y ve. lo recuerda claramente: sus inmensos ojos azules, su larga cabellera fina, dorada, sus dedos enredándose extasiados en aquellas hebras de oro.

Nuevamente suena el teléfono, lo ignora una vez más. Recuerda que cuando hablaba con Marco por teléfono le parecía un invento maravilloso. Pero eso terminó, ahora es un aparato inútil y absurdo. La lluvia amainó, ahora es fina y uniforme. Repentinamente viene a su memoria el recuerdo de Bernardo acompañado de una punzada en la boca del estómago. Ve en su mento a Bernardo junto a él, en el auto, por la carretera a Cuernavaca. Vuelve a sentir el miedo que sintió aquella tarde, un miedo porovocado por la mirada de Bernardo y su manera de conducir.

Por fin se acaba el agua del tinaco y deja de salir por la regadera. Un extraño silencio invade el departamento. Es una noche negra y silenciosa, mala para quien sufre del acoso de los recuerdos y los remordimientos. Tiembla incontrolablemente al recordar el cuerpo envuelto en una sábana blanca metido en la cajuela del auto. No, Marco no tuvo culpa alguna, el imbécil de Bernardo fue el culpable.

El teléfono insiste con su terquedad de máquina. El ruido del timbre lo arranca del recuerdo. Es entonces cuando se da cuenta que todavía tiene eso en la mano, en la mano que le duele ferozmente porque desde hace mucho tiempo lo aprieta con fuerza.

El teléfono suena interminablemente. Recuerda que la mirada entre Bernardo y ella desató la pesadilla, tanta animalidad entre dos personas lo sacó de quicio.

Enciende la lámpara del buró, se ha tranquilizado, pensar y recordar le han hecho bien, a tal grado que logra esbozar una especie de sonrisa que poco a poco se convierte en risa y ésta en una carcajada fuerte, libre, loca. Se siente repentinamente dichoso y lo está, lo está porque él no es el que llama a su casa y porque al fin ha terminado la molesta crisis pasional: Bernardo y su esposa; él y Marco.

Qué felicidad, ya no están ella ni Bernardo, ni Marco, sólo él, por ahora sólo él, pero no por mucho tiempo. Mientras el cuchillo resbala de su mano se atreve a contestar el teléfono que ha vuelto a sonrar: ¿bueno? El oscuro y espeso líquido empapa el aparato telefónico. El agua que sale del baño se tiñe con el rojo que gotea y mancha alegremente los mosaicos blancos de la habitación. Del otro lado sólo se escucha: "¿bueno?"



Arellano, V. (1999) Llámalo Locura. Colección Asteriscos. México. Páginas 31 - 33

jueves, octubre 13, 2005

En tus sentidos

Si en tu camino cuenta te das
de que el vaivén de las hojas
sigue sin dar marcha atrás,
tu mirada habré conquistado;
si de tu aliento escapa
un dulce suspirar
de tu gusto me habré adueñado;
si logras percibir
esa fragancia tan divina,
tu olfato no más problema para mi será;
si el correr del arroyo te estremece
y escuchas un canto angelical
tu oído me habré ganado;
y si dentro de tí
exist un bello palpitar,
yo lo sentiré dondequiera que estés,
sobre tu tacto habré triunfado
y yo en tus cinco sentidos viviré.

martes, octubre 04, 2005

Lluvia

Era hora de tomar la clase de las 10, pero la maestra aún no llegaba. Me dijiste que tenías frío y te propuse ir por un chocolate a la cafetería. Con inseguridad aceptaste que te acompañase debido a que llovía y no te gusta mojarte. Bajamos las escaleras platicando de cosas no tan importantes. Apretó la lluvia y no querías caminar el espacio sin techo. Me quité la chamarra del Humboldt y te la puse en la cabeza. Y fue ahí en donde, a pesar de lo nublado, brillaste y te miré dar cada paso en cámara lenta mientras tu cara reflejaba una sonrisa de sorpresa. Esa sonrisa que al verla me transportó a una telenovela, por cursi que suene. Y la música de fondo era "Hear You Me" de Jimmy Eat World. Lo demás fue secundario.

Qué bella eres - pensé. Y esa sonrisa jamás la olvidaré. Y la lluvia caía mientras yo te observaba cómo sonreías.

Y en ese momento desperté para irme a la universidad.

domingo, octubre 02, 2005

¿Fue un sueño?

¡Siempre la amé con locura! Para mí era la única mujer en el mundo, el único pensamiento que tuvo mi corazón desde que la conocí, y todo el tiempo que vivimos juntos gozamos la dicha inmensa de la fidelidad, del amor incondicional.

Un día ella se murió, se fue para siempre de la tierra de los hombres. Quedé completamente indefenso cuando falleció.

Recuerdo que, la última vez que la vi, ella estaba afuera y regresó a la casa completamente mojada por el aguacero. Al amanecer se convulsionaba por la tos y la fiebre. Así permaneció durante una semana insufrible. Los médicos que la habían visitado no solucionaron nada, escribieron sus recetas y se fueron muy tranquilos. Sólo me quedaron en la memoria aquellos terribles suspiros de agonía; después, la imagen del ataúd y el sonido infernal que hicieron al clavar la tapa para enterrarla en ese hoyo oscuro.

Mi amor más grande fue sepultado bajo la tierra, apresado en una fosa. no lo pude soportar y di un gran viaje por Europa para olvidarme de ella.

Ayer mismo he vuelto de París, otra vez estoy en nuestro cuarto, nuestra cama. La nostalgia me invadió y me impulsó a abrir las ventanas y arrojarme al vacío, pero no lo hice, mi cobardía me lo impidió; simplemente me torturé con los recuerdos de mi querida y decidí salir de mi casa para despejar la mente.

Cuando salía, crucé por el inmenso espejo del pasillo que ella había mandado colgar ahí donde estaba. Me quedé inmovil observando el espejo, comencé a delirar sobre el reflejo de mi amada en el cristal, estaba seguro de que éste la había atrapado. Alargué la mano para tocarlo, ¡estaba muy frío! Salí corriendo de la casa como un zombi y sin quererlo me dirigí hasta el cementerio. Caminé hasta una tumba que tenía una cruz de mármol blanco, en la que se leía esta inscripción:

Amó, fue amada y falleció

¡Ella estaba debajo de esa lápida, en su ataúd, pudriéndose! Comencé a llorar con el cuerpo vencido y la frente apoyada sobre la tierra. Cuando me di cuenta, ya era de noche. Decidí que me quedaría a dormir sobre su sepulcro, pero no quise que los guardias del cementerio me vieran y fui a esconderme en aquella ciudad de los muertos. No podía ver nada. Caminaba sobre generaciones y generaciones de difuntos. La tierra se los había tragado para que los vivos los olvidáramos. Llegué al final del cementerio y comprendí que estaba en la zona más antigua, donde los muertos llevaban más de cien años y seguramente ya eran tierra y nada más; incluso las cruces de madera de sus tumbas estaban podridas. El lugar estaba rodeado de altos y tétricos cipreces... ¡Oh amargo y bello jardín abonado con carne humana!

Estaba completamente solo y me acurruqué debajo de un horrible árbol, al cuidado de sus ramas sombrías; ahí me quedé, hasta que la oscuridad fue total en medio de la tierra donde los muertos son los dueños. Comencé a buscar el sepulcro de mi amada, pues ya los guardias debían haberse ido, pero me fue imposible hallarlo. Avanzaba a tientas con los brasos erguidos y tensos. Toqué una inmensa cantidad de lápidas y cruces, podía leer las inscripciones con las yemas de los dedos... ¡Ah, noche horrible! ¡No podía encontrarla a pesar de mis esfuerzos!

Estaba aterrorizado, horriblemente angustiado por la oscuridad y los sepulcros, ¡miles de sepulcros! Me senté sobre uno, pues ya estaba cansado. Pude escuchar los latidos de mi corazón. ¡Pero escuché algo más! Un ruido extraño, nebuloso. ¡Acaso surgía de la tierra sembrada con cadáveres humanos? Fui dominado por un terror paralizante, helado por el pánico me convencí de que mi hora había llegado. Me pareció que la lápida de mármil sobre la que estaba sentado comenzaba a moverse. ¡Sí, se movía, o era una alucinación! Di un gran salto y pude ver con toda claridad cómo la lápida era levantada por un muerto. Lo contemplé nítidamente, a pesar de la noche oscura, pues el espectro estaba rodeado por una especie de fosforescencia. En la inscripción de su cruz estaba escrito:

Aquí fue sepultado Jacques Olivant, que falleció a la edad de cincuenta y un años. Amó a toda su familia, fue bondadoso y honrado. Murió en la gracia de Dios.

El esqueleto leía su inscripción y agarró una piedra del suelo, que le sirvió para borrar las letras talladas. Las vacías cuencas de su calavera no perdían detalle de su trabajo y, sirviéndose de la punta del hueso de lo que había sido un dedo, escribió con letras fosforescentes:

Aquí fue sepultado Jacques Olivant, que falleció a la edad de cincuenta y un años. Asesinó a su padre a disgustos, porque quería heredar su fortina; sometió a tortura a su mujer y a sus hijos; se burló de sus vecinos, robó todo lo que pudo y falleció en pecado mortal.

El muerto se quedó inmóvil para contemplar su obra. Súbitamente comenzó a escucharse un gran ruido: todas las tumbas estaban siendo abiertas desde su interior. Infinidad de esqueletos salieron de la tierra y borraban las inscripciones de sus cruces para escribir lo que en realidad habíapasado. Pronto pude comprobar que todos habían procurado abusar de sus semejantes viviendo en la malicia, la deshonestidad, la hipocresía, la mentira, la calumnia, la envidia, el robo y el engaño. ¡Todos escribían su verdad! Su horrible y sagrada verdad que habían pretendido ocultar. Imaginé que mi amada también habría escrito algo y avancé en medio de las osamentas, que parecían no escuchar mis pasos, hasta que tuve que detenerme. ¡Estaba frente a mi! El velo negro que cubría su cráneo estaba raído.

Recordaba bien la inscripción de su cruz:

Amó, fue amada y falleció.

En ese instante pude leer:

Se escapó un día de tormenta para engañar a su esposo con otro hombre. Tanto se mojó que le dio una pulmonía que la mató.

Alguien debe haberme encontrado al amanecer, tendido sobre la tumba, sin conocimiento.



Maupassant, Guy de. Cuentos clásicos de terror. Editores Mecianos Unidos S.A. Páginas 41-45

sábado, octubre 01, 2005

A dormir

Era una situación que ya no soportaba. Llegó a casa después de un arduo día de trabajo, colocó su portafolio sobre el sillón de aquella sala apagada por el tiempo y se sirvió un trago de su minibar, aquel rincón que tantas alegrías le había visto experimentar alrededor de ya varios años. Salió al patio trasero y encendió un cigarrillo, no le agradaba que sus hijos lo descubrieran y lo tomaran como ejemplo a seguir. Su mente divagó por minutos mientras su ser se dispersaba al observar las estrellas, hacía meses que no veía un cielo tan despejado, una lágrima brotó de su ojo izquierdo.
Terminó su cigarro, lo depositó en el cenicero que guardaba bajo la máquina de podar y entró a la casa. Se lavó los dientes, la cara y sus manos; subió al cuarto de sus hijos y entró, los dos dormían, les besó la frente y les deseó buenas noches. Se dirigió a su cuarto, a ese lugar que se había vuelto muy frío desde la muerte de su esposa y que a pesar de los años no podía recuperarse.
Sacó del gabinete junto a su cama esas pastillas, las mismas que había utilizado su esposa para quitarse la vida. Una, dos, diez, veinte, ¿qué más da saber cuántas pastillas ingirió esa noche? era una decisión que había tomado desde semanas antes, quizá no la más correcta pero sí la que le emanaba del alma y corazón.
Como dije, era una situación que ya no soportaba.