sábado, octubre 15, 2005

La lluvia y el constante acoso de los recuerdos

La lluvia, que por momentos arrecia, resbala velozmente por el cristal de la ventana por donde se filtra una tenue luz que evita que la habitación esté completamente oscura. Todo está inmóvil. El rumor de la lluvia se confunde por momentos con el de la regadera que dejó abierta. Él mira desde la cama el jardín. Tiene la ropa y el cabello mojados y fríos.

Miles de gotas de lluvia se incrustan en lo alto de la ventana, se columpian durante un instante y después descienden lentamente, a su paso arrastran otras gotas dibujando surcos irregulares en el cristal. Anochece, una grisacea penumbra invade todala habitación.

Trata de recordar, le duele intentarlo. Las imágenes se confunde, los recuerdos también, no logra ordenarlos. Por un momento, piensa que la llamada de Cuernavaca desencadenó los acontecimientos, pero no fue así. Él lo sabe aunque quisiera que no fuera así. Quizá fue lo de Marco, sí, puede que allí esté la clave. Suena el teléfono, lo ve como si fuera un animal extraño, desconocido. Es azul, como los ojos de Marco. Al hacer la comparación, se dibuja en sus labios una dolorosa mueca.

Del baño escapan pesadas nubes de vapor que humedecen el ambiente. No ha dejado de llover, la ventana se ha empañado y no puede seguir viendo el jardín. Es ya de noche, se mesa el cabello, lo siente húmedo y suave, como el de Marco. Se levanta violentamente, enojado por no poder olvidarlo, por relacionarlo con todo lo que piensa y ve. lo recuerda claramente: sus inmensos ojos azules, su larga cabellera fina, dorada, sus dedos enredándose extasiados en aquellas hebras de oro.

Nuevamente suena el teléfono, lo ignora una vez más. Recuerda que cuando hablaba con Marco por teléfono le parecía un invento maravilloso. Pero eso terminó, ahora es un aparato inútil y absurdo. La lluvia amainó, ahora es fina y uniforme. Repentinamente viene a su memoria el recuerdo de Bernardo acompañado de una punzada en la boca del estómago. Ve en su mento a Bernardo junto a él, en el auto, por la carretera a Cuernavaca. Vuelve a sentir el miedo que sintió aquella tarde, un miedo porovocado por la mirada de Bernardo y su manera de conducir.

Por fin se acaba el agua del tinaco y deja de salir por la regadera. Un extraño silencio invade el departamento. Es una noche negra y silenciosa, mala para quien sufre del acoso de los recuerdos y los remordimientos. Tiembla incontrolablemente al recordar el cuerpo envuelto en una sábana blanca metido en la cajuela del auto. No, Marco no tuvo culpa alguna, el imbécil de Bernardo fue el culpable.

El teléfono insiste con su terquedad de máquina. El ruido del timbre lo arranca del recuerdo. Es entonces cuando se da cuenta que todavía tiene eso en la mano, en la mano que le duele ferozmente porque desde hace mucho tiempo lo aprieta con fuerza.

El teléfono suena interminablemente. Recuerda que la mirada entre Bernardo y ella desató la pesadilla, tanta animalidad entre dos personas lo sacó de quicio.

Enciende la lámpara del buró, se ha tranquilizado, pensar y recordar le han hecho bien, a tal grado que logra esbozar una especie de sonrisa que poco a poco se convierte en risa y ésta en una carcajada fuerte, libre, loca. Se siente repentinamente dichoso y lo está, lo está porque él no es el que llama a su casa y porque al fin ha terminado la molesta crisis pasional: Bernardo y su esposa; él y Marco.

Qué felicidad, ya no están ella ni Bernardo, ni Marco, sólo él, por ahora sólo él, pero no por mucho tiempo. Mientras el cuchillo resbala de su mano se atreve a contestar el teléfono que ha vuelto a sonrar: ¿bueno? El oscuro y espeso líquido empapa el aparato telefónico. El agua que sale del baño se tiñe con el rojo que gotea y mancha alegremente los mosaicos blancos de la habitación. Del otro lado sólo se escucha: "¿bueno?"



Arellano, V. (1999) Llámalo Locura. Colección Asteriscos. México. Páginas 31 - 33

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal