viernes, septiembre 23, 2005

Rufino parte 3

Rufino



Parte III

Ismael Arciniega, 15 de Mayo de 2003





En ese instante, las ventanas se abrieron bruscamente y los cajones de la cocina comenzaron a vibrar, como si se tratase de un temblor. Las ventanas tronaron, dejando que el viento y lluvia se adueñaran del cuarto, como si la imagen se hubiera extraído de “El Despertar del Diablo II”. La puerta principal de la casa comenzó a temblar, como si alguien o algo quisiera derrumbarla. El padre, atónito ante lo que sucedía, se acercó a ella tembloroso y con toques severos de nerviosismo. La puerta cayó, y ante él, parado en la entrada estaba Rufino, hijo suyo que había muerto una noche cuando el padre alcoholizado le estrelló una botella de whiskey en la cabeza, por haberlo descubierto en la cama con otra mujer que no era su esposa. La situación esa noche se la había salido de control, no era su intención herirlo, pero bajo los efectos del alcohol no pudo medir las consecuencias. Muerto Rufino, le roció gasolina y lo prendió para deshacerse del cuerpo, los restos los esparció por los bosques de la localidad para no verse envuelto en el asesinato. A la policía y a la gente se les dio la versión de que el hijo había escapado de casa y que hasta la fecha no había aparecido.



- ¡No puede ser! ¡No es posible, yo te maté, yo te vi morir! – gritaba el padre desahuciado por aquel encuentro con su hijo fallecido.

- He venido por ti papá – exclamó Rufino, con el cuerpo literalmente desfigurado y lleno de quemaduras.

- ¡No es verdad, no estás vivo! – gritó el padre, sin saber que serían sus últimas palabras.



Rufino se le acercó, lo tomó del cuello y le dijo: “nos vemos en el infierno papá”. Al instante, el padre se prendió en llamas, berreando sonidos guturales, ardiendo vivo, dando vueltas incoherentes alrededor de la cocina mientras que Rufino lo miraba expectante, derramando una lágrima mientras en el rostro se le formaba una sonrisa ampliamente macabra.



La policía arribó minutos más tarde al recibir una llamada de vecinos que escucharon el ruido. Entraron a la casa y examinaron los cuerpos que estaban recostados en el piso. El primero fue Salomé, al que encontraron desmayado por los intensos dolores de las piernas rotas, de inmediato se le atendió y se le llevó al hospital de la ciudad. Los forenses recuperaron los restos del padre, el cuerpo de la madre, que había fallecido de los derrames internos que había sufrido por la golpiza de su esposo. Expertos en crímenes dictaminaron que el padre mató a la madre, golpeó al hijo y al darse cuenta de lo que había cometido, se suicidó prendiéndose fuego él mismo, aunque nunca pudieron explicar el hecho de que no se encontrara ningún tipo de sustancia flamable en el cuerpo del occiso, o lo que quedó de el.

Salomé pasó una larga temporada internado en el hospital, donde nunca pudieron sanar sus piernas, por lo que quedó minusválido. Actualmente se encuentra viviendo en un hogar de adopción, donde intenta olvidar aquella noche en la que perdió todo lo que quería en la vida. En ocasiones llora interminablemente, pues sus heridas mentales y sentimentales no han sanado todavía. En esos días, donde el mundo pareciera derrumbársele, Rufino llega a visitarle a su mente, en donde él le ayuda a caminar de nuevo, se convierten en fantasmas e imaginan que cruzan el techo, librándose de todos los pesares de su alma.

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