jueves, agosto 25, 2005

Café

Miré el reloj, pasaban de las seis de la tarde. Llevaba ya media hora con el café pues no lo tomo tan caliente y lo que hago es esperar un rato para que se enfríe.
Nunca me ha gustado estar en el centro a excepción de macetear en algún restorancillo, o como en este caso, en el café Teorema; situarme en algun lugar seguro y cómodo, sacar un libro y ponerme a leer.
Ante la duda, nada mejor que fumarse un cigarro, y en esta ocasión no fue la excepción. El café estaba lleno, las mesas ocupadas y por la ventana se observaba cómo la lluvia se dejaba escurrir por los vidrios medio sucios y empañados. Cuando leo me siento inteligente, me gusta sobrepasar el promedio de lectura de nosotros los mexicanos, que se dice ser de medio libro por habitante al año. Debo sentirme orgulloso porque voy para los 3 libros en lo que va de este dos mil cinco.
Como buen cliché literario, me encontraba leyendo un libro de suspenso de un autor gringo barato, cuya historia se trataba de desenmascarar unos crímenes y así capturar al asesino. Pero llegó el momento en el que no pude concentrarme más en la lectura: en la mesa que estaba a un lado mío, discutía un par de muchachas en sus veintes de problemas de noviazgos y que para ese entonces, se me hacían más entretenidos que el atolladero en el que se encontraba el personaje principal de mi lectura.
Una mujer lloraba como magdalena pues había descubierto que su galán le ponía los cuernos desde ya hacía tiempo con su prima Rebeca, y que los había cachado con las manos en la masa la noche anterior en el centro de Cholula, en "La Enamorada" para ser más exactos. La muchacha esta gritaba, no sé por qué los encargados del café no la sacaron del lugar, pareciera que también se enteraron de su trago amargo y decidieron dejarla en paz; no así otros clientes, que optaron por dejar sus cafés a medias y retirarse a otro sitio.
Pero yo seguía entretenido, cerré mi libro y le di el último sorbo a mi taza de café americano, no uno más caro pues no llevaba mucha plata ese día; me prendí otro cigarro y seguí escuchando. Las muchachas, que ahora sé que se llamaban Raquel y Paulina, se enfrascaron en una rencilla de la cual no podían salir. Raquel, la encuernada, deseaba desquitarse a como de lugar de su novio Fernando; Paulina a su vez, quería que mejor olvidara todo el asunto y que se buscara otro pez en el amplio mar que es la ciudad de Puebla. Su discusión se vio interrumpida por un segundo al escuchar un relámpago tan fuerte que las hizo saltar de sus sillas, un relámpago que amenazó con quebrar los cristales del Teorema. Eran las siete y dieciocho.
Al haber escuchado los detalles de su historia, me sentí furioso, me levanté y me dirigí a la mesa de las dos jóvenes; la venganza es buena si se realiza con inteligencia y astucia.
Al llegar con ellas, me miraron incómodas y me percaté que los ojos de Raquel estaban a punto de estallar con llamas de fuego, amenazando con incinerarme si seguía parado allí. Me presenté a pesar de sentirme indeseado, y claro que lo era; les expliqué que no pude evitar escuchar el asunto que discutían y que, siendo yo un buen samaritano camotero, había urdido un plan para que Raquel se vengara del tal Fernando. Me esperaba una mentada de madre como respuesta a mi descomunal idea, pero cuál fue mi sorpresa al notar que Raquel se interesó en escuchar lo que tenía en mente e invitándome a sentar con ellas. Paulina pensó que estábamos locos, que esto no era posible y mejor para ella, pasó a retirarse. Dos horas después, al momento en que Cuarto Blanco se disponía a comenzar su tocada, decidimos que todo estaba listo, el plan le había gustado y lo pondríamos en práctica en la noche siguiente. Con una sonrisa que provenía desde el alma, se despidió de mí, me agradeció el apoyo y nos retiramos cada quien por nuestro lado. En el camino a casa recapitulé los hechos: tomé un café americano, me fumé tres cigarrillos, me inmiscuí en asuntos ajenos, la iba a ayudar en una venganza y me había hecho de una amiga más. Nada mal para un viernes rutinado desde siempre.
CONTINUARÁ...

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