miércoles, agosto 08, 2007

Gigoló

Si de joven le hubiera apostado a que me ganaría la vida de la manera en que lo hago ahora, me la habría jugado y perdido todo. Eso es algo que sólo se ve en las películas.
Todo comenzó cuando hace unos años partí hacia Europa para estudiarme una maestría en economía internacional. Sin muchas ganas de permanecer en México, y con las ansias de conocer mujeres teutonas, que fue en sí el mayor estimulante para irme del país que en sí el hacerme de un título académico más, conseguí un lugar en la renombrada Universidad de Heidelberg, en Alemania.
Había terminado recientemente mi licenciatura en negocios y trabajado algo de tiempo para poder juntar el dinero suficiente para subsistir una temporada por allá. En México no había nada que me detuviese, salvo extrañar una que otra amistad, pero lo que sí me iba a hacer falta era la comida que me encantaba, como los tacos árabes, las cemas y las clásicas memelas que venden cerca de la Comercial Mexicana del centro.
Llegué a la ciudad de Heidelberg y después de una semana ha había conseguido un departamento y arreglado mis trámites burocráticos para mi permanencia en aquella ciudad. Heidelberg según mis conocidos era un poblado muy tranquilo y demasiado intelectual, y no se equivocaron en lo absoluto al yo explorarla después.
Comenzamos la maestría y desde la primera clase quedé impactado por la calidad del material didáctico, y no me refiero precisamente a la biblioteca ni al equipo de cómputo. Siendo Alemania un país tan multicultural, podrán imaginarse que tenía compañeros y compañeras de aula procedentes de Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Medio Oriente, África, etc.; pero ella, ella jugaba en el equipo local. Su nombre era Fredericke, de signo cáncer al igual que su servidor, siendo un año mayor. Sus padres, que viajaban la mayor parte del año, tenían algunos centros de servicio automotriz esparcidos por el país y vivían cómodamente. Un bisabuelo suyo había perdido la vida en la Segunda Guerra Mundial, historia que posteriormente me contó y que de alguna manera mórbida siempre me gustó, esto debido a mi interés por la historia europea en esa época. Pronto hicimos migas pues como buen mexicano, apliqué algunas de mis estrategias para poder pasar más tiempo con ella, como por ejemplo, que de pronto al haber tenido una semana de clases y habiendo aprobado mis exámenes que avalaban mis conocimientos en el idioma alemán, tuviese dificultades para entender las cátedras y que no me quedara más remedio que pedirle ayuda a ella con mis tareas. Con ella me fui enterando que los latinos éramos "cotizados" o más interesantes, según los alemanes, que gente de otras regiones. Digamos que en México lo que más sufrí yo era la falta de pegue con las mujeres en general, salvo las crudas que me azotaban mínimo cuatro días a la semana. Pero aquí era distinto, totalmente diferente. Llegué a Heidelberg siendo un tronco en lo que respecta a movimientos de baile, y si me vieran ahora dirían que chancleo mejor que ese Travolta en “Fiebre Del Sábado Por La Noche.”
Con abrirles la puerta del coche, obsequiarles detallitos semanales y aparecerte los fines de semana en sus hogares era más que suficiente para ganárselas. Y como siempre había sido yo así en mi tierra, no me costó trabajo alguno aplicar lo mismo por acá.
Al pasar mi tercer mes en la universidad poseía yo ya buen currículo en lo que a conquistas de una noche se refiere. A Fredericke, que ya era mi novia, no le agradaba que fuera tan fiestero y amiguero, pero qué quería que hiciera, soy mexicano y éso se nos da a todos en todos lados.

Una noche nos fuimos a celebrar no se qué acontecimiento, seguramente alguna victoria del equipo de handball universitario, a una disco que se asemejaba más a un bar. Me la estaba pasando de lujo con unos compañeros de maestría cuando se me acercó una mujer como de unos cuarenta años; ella se sentó junto a mí, pidió un mojito al mesero y comenzó una charla conmigo, iniciándola con preguntas sobre mi procedencia. Le expliqué brevemente lo que hacía yo en su país y entablamos una plática amena que se alargó durante horas. Bastante ebrio y casi corriéndonos del lugar, me despedí no sin recibir una mueca que denotaba enojo. Le pregunté si todo estaba en orden y ella me contestó que si no le iba a mencionar el costo. Le respondí que no tenía que pagar nada, que los tragos iban por mi cuenta. No seas imbécil– contestó ella, o por lo menos es lo que yo deduje de su balbuceante alemán -me refiero a cuánto dinero tengo que pagar para llevarte a mi casa y pasar la noche contigo. Al principio pensé que era una broma, o simplemente una manera muy distinta de invitar a alguien a tener relaciones sexuales. Tuve que negarme. No celebro eso que se llama fidelidad y por mucho tiempo se me olvidó esa palabra, pero ahora quería demasiado a Fredericke como para creerme torero y ponerle los cuernos. Ella, como se llamara, se disculpó diciéndome que parecía ser uno de esos acompañantes que se estaban poniendo de moda. No pude evitar soltar una carcajada, amablemente me despedí y me fui directito al departamento a dormir porque al otro día, o mejor dicho, en unas cuantas horas, presentaba un examen importante.
Pasó medio año, y en vacaciones me fui con Fredericke a Playa del Sol en Marbella, España. Había escuchado comentarios sobre aquel lugar turístico, de sus mujeres y parrandas; al fin de cuentas, eran vacaciones y yo merecía descanso después del sacrificio de neuronas por tanto estudio realizado durante el semestre que había pasado y que había concluido satisfactoriamente regular..
Nos hospedamos en un hotel más o menos decente, preferíamos gastar nuestro dinerito en pachangas y comida que rentar un lugar en el que ni íbamos a estar la mayor parte del tiempo.

El primer día salimos a comer y a conocer los alrededores. Mucha gente de todas partes en la playa, en restaurantes, se percibía una vibra distinta, divertida. Por la noche fuimos al Sinatra Bar, en plena calle principal de Marbella. Entramos y para mi sorpresa se encontraban mujeres en gran mayoría, y no mujeres comunes y corrientes, sino las mujeres más bellas que había visto en mi vida. No sé en qué momento se me fueron los ojos hasta que Fredericke me pellizcó tan fuerte que me abrió la piel del brazo, en su intento de disciplinar mi pupila. Pedimos unas cubas y tomamos asiento frente a la pista de baile. Rato más tarde tuve que visitar el sanitario y en el camino hacia él me abordó una de aquellas bellas mujeres que merodeaban el lugar. Me preguntó de dónde venía y qué me había traído a Playa del Sol, le contesté que amablemente le respondería a sus preguntas si me permitía entrar al baño primero. Con una sonrisa accedió. Al estar yo en mis asuntos dentro del sanitario, me perdí en pensamientos sobre aquella chica, y cuál fue mi sorpresa al salir del baño y verla ahí parada, junto al barandal, esperándome. Me acerqué y le comenté lo más rápido que pude que venía con mi novia y que me esperaba en una mesa. Ella me preguntó sobre qué tan abiertos de mente éramos en lo concerniente al sexo, así de plano, sin miramientos ni duda alguna. Le respondí que por mi parte creía que bastante abierto, pero que mi novia no lo era tanto. Mira –me dijo en un tono amable pero serio- si se animan les cobro unos cuatrocientos euros por un par de horas a los dos; claro, el costo del hotel era cosa aparte.
Mi error fue comentarle esa charla a Fredericke, quien sin titubear se paró de su silla y me pidió que nos fuéramos. Ella ha de haber pensado que era yo un degenerado o un depravado sexual; sinceramente no se lo había comentado para convencerla ni mucho menos para que lo pensara, simplemente ésa era la primera ocasión en la que una prostituta me ofrecía sus servicios. Al otro día despertó más tranquila, paseamos por la localidad y bueno, pasamos el resto de la semana más descansando y visitando más lugares, obviamente no regresamos a aquel barcito de ideas lujuriosas.
Ya estando en nuestro último día en Playa del Sol, quise ir a comprar los clásicos recuerditos. Debo reconocer que a los nacos siempre nos ha interesado siempre eso de las compras de baratijas y obsequiarls para presumirle a todos en dónde estuvimos, regalitos lo demasiado escuetos que no tardan más de un mes en estar en el bote de la basura de la persona que lo recibió. Fredericke no quiso acompañarme, según ella le dolía la cabeza y sólo quiso estar acostada en la cama. Me fui solo a buscar en la zona comercial; recuerdo que me habría dado mucha risa encontrar alguna playera grosera como las que hay en Veracruz o Acapulco. Pero no, nada de playeras con ranitas fornicando ni nada por el estilo, pero eso sí, muchas postales y joyería hecha a base de conchas marinas y piedritas.
Habiendo comprado lo suficiente para la familia, me escapé al restaurant de enfrente para tomarme una cerveza. Según esto muy bueno dicho restaurant y aún así les tuve que enseñar cómo preparar una michelada. Todo el mundo se asombra cuando ven mezclarse cerveza, sal y limón. Y se dicen de primer mundo…
¿A qué venía esto? Ah ya, estaba yo disfrutando de mi elixir de cebada cuando en mi mesa se sentó la misma chava que me había propuesto el ménage à trois. Me preguntó si mi novia se había molestado con la oferta, puesto a que había visto su reacción en el bar aquella noche. Le respondí que bueno, ella no le interesaba explorar más de lo normal en esas cuestiones. Me terminé lo más rápido posible la michelada y quise marcharme, ya me había tardado demasiado y no sabía cómo estaba Fredericke. Me obsequió una tarjeta suya, me comentó que le había caído bien, y que si algún día necesitaba trabajar le llamara, que conocía gente allí que podría ayudarme.
Esa tarde partimos hacia Heidelberg nuevamente, llovió durante la travesía en el avión y en el tren.
La vida siguió y de Fredericke me separé, terminamos mal. La relación se fue a pique conforme nos íbamos conociendo más. A mitad de la maestría la cosa se puso fea. Se marchó de mi departamento y únicamente la veía en los pasillos de la universidad. Hacíamos todo lo posible para no coincidir en clases ni en los mismos lugares. Al principio fue difícil, pues nos gustaban los mismos bares, los mismos cafés, los mismos recovecos. Poco a poco me fui acostumbrando a no salir del departamento. ¿Por qué nos cargó el payaso? supongo que se debió a que mostramos nuestras facetas más hastías y no nos agradó. No todo podía ser color de rosa, y eso finalmente no separó. Aún le amo ahora que lo pienso, ella fue la mujer de mi vida. No la volví a ver después de aquella noche en la que todo lo que sucedió fue irónicamente bizarro.
Me dediqué unos días a agarrar la borrachera, como buen mexicano, con música ranchera y de José José. En una de esas noches de tristeza, bien tomado y con Gavilán O Paloma como música de fondo, decidí deshacerme de todo lo que me recordase a ella. Si ella ya no estaba, ¿para qué guardarlas? Encontré una bolsita de la cual no recordaba su contenido. La abrí como pude, sabiendo que de un rango del uno al diez yo estaba en un incómodo pero seguro nueve punto 6, estaba yo haciendo milagros. Al unísono de Amnesia, solté una carcajada al darme cuenta de que el contenido de aquella bolsa eran los recuerditos que había comprado en Playa del Sol; olvidé mandarlos, así como suelo olvidar otras cosas que incluyen correo y servicios postales.
En el fondo de la bolsa ya toda rasgada, encontré una tarjeta de una persona llamada Janina, me costó mucho trabajo recordar a la persona que me la había dado. Tomé el teléfono y le marqué, muy astuta ella que le había anotado incluso la lada internacional.
Contestó al quinto timbrazo, y después de explicarle cómo nos habíamos conocido pareció acordarse de mí, y me pidió que le marcara al otro día debido a que estaba ocupada en ese momento, que estaba trabajando. Amanecí con un fuerte dolor de cabeza, y no era para menos, con lo que bebí la noche pasada y lo barato que me habían costado aquellas botellas de ron corriente. Le marqué nuevamente, ya en mis cabales, a esta tal Janina. Si me preguntaran por qué le hablé a ella no sabría responderles. Tuvimos una charla muy superficial hasta que comencé a platicarle sobre lo sucedido con mi ex novia y para mi sorpresa resultó ser buena consejera, por lo menos vía telefónica. Al final de la llamada me había convencido para que la visitara un fin de semana para que cambiara de aires; normalmente no hubiera aceptado tal proposición puesto a que no la conocía para empezar, pero en ese momento realmente no me importó vivir un poco esa aventura.
Me esperó el viernes por la noche en el aeropuerto, me llevó a su departamento cerca de la playa. Era un lugar bastante modesto para lo que ella ganaba mensualmente, algo desacomodado y sucio. Salimos a cenar a su restaurante favorito, pedimos la especialidad de la casa. Retomamos el asunto de mis problemas amorosos, y ya con unos tragos hablamos con más confianza. Ella me confesó que había estado casada con un portugués que conoció en la juventud, pero que al enterarse de que estaba embarazada la abandonó. Raúl, su hijo, vivía con su abuela en otra ciudad y lo visitaba frecuentemente. La falta de dinero y el no haberse preparado académicamente la orilló a optar por esa manera de obtener ingresos.
-Deberías intentarlo- me dijo mientras pedía la cuenta, -al principio como acompañante, no sabes lo mucho que los europeos solicitan gente de Latinoamérica- agregó. Salimos del restaurante y caminamos por la playa.
-Conozco a la persona ideal para que te explique bien el asunto, atiende un bar aquí cerca- aseguró. Nos dirigimos a ese bar y me presentó a Antonio, un brasileño que radicaba en Marbella desde hacía seis años. En tono muy serio, me explicó que generalmente las señoras inglesas venían a menudo en busca de pasársela bien con gente latina. Lo único que debía hacer era en primera mejorar mi aspecto personal, hacer un poco de ejercicio para tonificar algunos músculos, pero sobretodo, ser muy atento y servicial con ellas. Con esa fórmula estaba garantizado el éxito. –Es como ser un muy buen amigo de ellas, las ves poco y si no quieres no tienes por qué tener relaciones sexuales con ellas, eso depende de ti- me dijo Antonio mientras prendía un cigarrillo. Así como me lo pintaba no sonaba mal, pero había algo en esa idea que no terminaba de gustarme. Recibió una llamada como a la media hora de estar conversando, al terminar dicha llamada me dijo que era mi noche de suerte, ya que la que había telefoneado era Margaret, una señora como de unos 36 años que estaba pidiendo a un acompañante en una disco del centro de la ciudad. Me dijo que me animara, que el pago de la primera hora era para él y que el tiempo que pasara con ella era mío. Me puse nervioso porque todo estaba pasando demasiado rápido, si accedí a conversar con él y con Janina fue por mi interés por saber cómo funcionaba ese negocio, pero el participar sin foguearme primero era algo que nunca pasó por mi mente. Por otro lado, siendo yo como soy y el comienzo de escasez de dinero para subsistir y terminar la maestría eran el otro lado de la moneda. Acepté la oferta y Antonio la llamó para avisarle que iba yo en camino. –Será una experiencia distinta y divertida- me dije. Tomé un taxi para aquel bar, la encontré gracias a la descripción de Antonio y a que el bar no estaba completamente lleno. Al principio me costó trabajo, ya que ella parecía tener mucha experiencia en este asunto y no estuvo nerviosa por ser yo uno que no conocía. Pedimos unas cervezas y platicamos por largo rato, principalmente sobre su vida y el cómo su marido la trataba como un objeto más de su casa. Margaret era una persona muy abierta, muy culta y conocedora del mundo, y no era fea para nada. Más tarde, ya con varias Heineken bebidas, nos paramos a bailar. Después de unas tres horas en aquel lugar, me pidió que la acompañara al hotel donde se hospedaba. No me sorprendió el hecho de que todos en aquel hotel pareciesen conocerle. Pedimos unas cervezas más al botones y subimos a su cuarto. Yo más ebrio que otra cosa accedí. Nos tumbamos en la cama y seguimos hablando de tonterías que hasta este día no recuerdo. Llegaron las cervezas y bebimos como si estuviéramos en el desierto. Me preguntó si tendríamos relaciones sexuales y yo le respondí que si ella quería, sí. Para ese momento ella se había metido al baño y yo me quedé reflexionando en el borde de la esquina. Hacía tiempo que no disfrutaba del calor de una mujer, y si teníamos sexo sería más lana para mí, aunque no sabía en realidad el monto acumulado que me había ganado a lo largo de la noche. Ella salió del baño vistiendo únicamente una ropa interior negra muy seductora, y mostrando un cuerpo que las veinteañeras envidiarían a muerte. Ante tal escena, cualquier duda de si entrarle al toro por los cuernos o no, se disipó instantáneamente. Hicimos el amor como de tal manera que siempre me quedará grabada en la memoria. Aprendí muchas cosas esa noche que yo desconocía, debo admitir, y ella pareció quedar más que conforme con mis habilidades. Eran las seis de la mañana y ella me invitó a retirarme, que hablaría con Antonio antes de regresar a Inglaterra. Su despedida fue demasiado cortante pero amigable. Llegué al departamento de Janina sintiendo los primeros estragos de la cruda realidad. Ella no estaba pero me había dejado una nota en la puerta, indicándome la ubicación de la llave para abrir el lugar. Dormí como hasta las tres de la tarde y ella ya había regresado. Me hizo algo de comer y me dijo que visitáramos a Antonio para cobrar. Me preguntó sobre cómo me había ido y le comenté todo con detalles, realmente estaba yo entusiasmado ya que en verdad me la había pasado muy bien. Terminamos de comer y nos fuimos para la casa del brasileño. Me recibió más amable que la noche anterior; había hablado con Margaret y ella había quedado totalmente complacida conmigo, a tal grado que le había pagado un extra para mí, y que regresaba en un mes y que esperaba encontrarse conmigo. Al escuchar esas palabras me sentí aliviado, había logrado con creces el cometido. Antonio sacó de un cajón de su sala un sobre con mi pago adentro. Tuve que sentarme al ver la cantidad de billetes que contenía dicho sobre, poco más de quinientos euros. Antonio me dijo que su servicio de acompañantes cobraba 50 euros por hora, y que Margaret me había dejado unos 200 euros de más.
Al final terminé optando por mudarme a Marbella, me di de baja en cuanto pude de la universidad de Heidelberg y me inscribí en una semiescolarizada en una localidad cercana. Me volví muy buen amigo de Antonio, hicimos crecer el negocio a tal grado que me hizo socio. En esas épocas fue en donde vi reunida tal cantidad de dinero como nunca en mi vida, y buena parte de ese billete llegò a mis bolsillos. Gran parte de ese dinero lo invertí sabiamente en los casinos, digamos que los juegos de póker son lo mío. Vivo cómodamente en un departamento que voy pagando a mensualidades en una zona exclusiva de la ciudad.
Y qué cosas le depara a uno la vida. Hace como una semana me llegó una clienta de Alemania, mujer en sus cuarentas, con mucho billete y de porte intachable.
Había estado toda la semana conmigo, hospedándose en un hotel a cinco calles de donde vivo yo. Me comentó que había descubierto a su marido engañándola con su secretaria. Sus amigas le hablaron de mis servicios, amigas que conozco poco ya que no me visitan regularmente. Me propuso acompañarla a una fiesta familiar, hacerme pasar por su enamorado frente al esposo y armarle el pancho de su vida; después de tantas experiencias en este negocio no me pareció tan descabellado después de todo, y acepté hacerle segunda, claro está, mediante una jugosa cantidad monetaria.
Así quedamos y la acompañé a aquella ciudad que vagamente recordaba. El corazón parecía salirme del pecho cuando me di cuenta de dónde vivía.
Ella abrió la puerta, nos miró a ambos y me preguntó que qué hacía yo con su madre. La señora, por su parte, le confesó que era yo su nuevo amorío y que iba a pedirle el divorcio a su padre. Recuerdo vívidamente a Fredericke vociferarle a su madre y con lágrimas en los ojos, correr a su coche, subirse y arrancarse; si hubiera sabido que esa efectivamente iba a ser la última vez que la iba a ver, la hubiera detenido.
Las cosas pasaron demasiado rápido y como era yo un profesional y me encontraba en el trabajo, tuve que seguirle la corriente a la que alguna vez fuera mi suegra. Ese trabajito me costó unos cuantos golpes por parte del esposo, y a él también le tocó lo que le correspondía.
Después de esa aventura me gané una buena lana y a una clienta frecuente. Quien diga que este negocio es muy fácil se equivoca. Uno tiene que dedicarle mucho tiempo a eso del ejercicio, comprarse buena ropa, aprender a ser todo un don juan, actualizarse en chismes de faràndula y de sociedad, soportar horas de aburrimiento y de vez en cuando tener relaciones sexuales cuando no lo quieres o con personas que simplemente no te inspiran a realizar el mejor acto. El pago es bueno, de eso no cabe duda alguna, aunque a veces es un precio a pagar demasiado alto para la soledad que este negocio trae consigo. Uno puede estar la mayor parte de las noches en compañía de personas con las que aprendes a no querer ni a comprometersecon ellas. Lo peor viene cuando me veo rodeado de mujeres adineradas, de fiestas, aventura, tragos y borlote, pero realmente no tengo a nadie que se preocupe por mi, que me quiera con todos mis defectazos y mis pocas cualidades. Alguien que no sea un fantasma más de mi agenda de clientes, una mujer que me llene de alegría y de abrazos cuando no esté bien. Trabajo es trabajo, pero ¿hasta qué punto es sacrificable el negocio por el amor? La juventud no es eterna, y no siempre tiene uno la oportunidad de encontrar a esa persona con la que uno quiere envejecer.
De Fredericke supe que a los dos años del incidente en su casa, se casó con un españolete que conoció en un viaje de negocios, y que actualmente es madre de dos hijas y vive felizmente en Valladolid.
A veces me pareciera escuchar su voz susurrándome al oído mientras duermo, palabras que en el sueño me tranquilizan, pero que al despertar no logro recordar; la mayoría de las ocasiones que sucede esto es el sonido del viento que se cuela por la ventana entreabierta.