viernes, junio 16, 2017

Colgar los tenis


              A veces pienso que sería mejor saber la hora en la que dejaremos de vivir, en lugar de no saberlo. Damos todo por sentado y sentimos que viviremos para siempre, y por ello nos perdemos de los grandes momentos de la vida. El tiempo es el único factor que le da sentido a la vida; entre menos tiempo haya, mayor necesidad de aprovecharlo.
En ocasiones ejemplifico la vida con un partido de fútbol. Sabemos que todo juego comienza y que debe tener un final. El saber que un partido tiene 90 minutos es lo que le da sentido para verlo, es un lapso de tiempo para dejar todo en la cancha y hacer lo posible para derrotar al otro conjunto. Si el encuentro durase toda la vida, probablemente ni prenderíamos el televisor, porque no habría nada interesante que ver. Cuando sabemos que el partido está a punto de terminar, sufrimos y gozamos hasta que suena el silbato; muchos estarán tristes pues su equipo habrá perdido el juego, mientras que los hinchas del otro conjunto estarán festejando la victoria. Así sucedería con la vida; pondríamos atención a todo el tiempo que tuviésemos y sufriríamos o festejaríamos hasta que nuestro corazón hiciera sonar el silbatazo final de nuestra existencia. 
Pero como no sabemos hasta qué día viviremos, entonces sería como si estuvieras viendo el partido y de repente se apagara el televisor; no sabes si fue debido a un apagón, si se quemó el regulador o bien, simplemente tu televisor se descompuso, y nada, absolutamente nada de lo que hagas en ese momento te permitirá hacerla funcionar de nueva cuenta y, por ende, nunca sabrás el resultado del encuentro. Por lo tanto, te habrías perdido el partido que tanto anhelabas disfrutar y simplemente te quedarías con la sensación de impotencia de no poder haber hecho nada al respecto. Lo mismo ocurre con la vida; al igual que con el televisor, nuestra existencia se puede apagar en cualquier momento, dejando muchos asuntos inconclusos: metas que no pudiste alcanzar, labios que no pudiste besar, amigos ni familia de los cuales no pudiste despedirte, etc. 
Por esas razones y más, si yo conociera la fecha y hora de mi muerte, definitivamente haría lo posible por maximizar la experiencia de estar vivo; disfrutar de cada respiro, de cada amanecer; retacar miles de memorias en mi cabeza, gozar a mi familia y amistades, hacer el amor a mi pareja interminablemente, reir con mis amigos sobre historias de la juventud, platicar horas con mis padres, atreverme a hacer lo que por miedo nunca me atreví. 
Sabiendo la hora a la que me corresponderá colgar los tenis, me daría a la tarea de organizar una fiesta de despedida, a la cual todos estarían invitados. Así tendría de cerca a mis seres queridos, a enemigos y extraños, todos conviviendo para despedirme de esta vida terrenal. Y me iría felíz y tranquilo, sabiendo que no dejaría nada inconcluso, sintiéndome satisfecho por haber dejado lo mejor de mí en la cancha durante esos 90 minutos que me han sido obsequiados.

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