lunes, junio 05, 2006

Encontrarte

Sin un peso en el bolsillo, camino por las calles que circundan el centro de la ciudad. Ha llovido hace un par de horas y el viento deja escurrirse entre las esquinas de los edificios. En los charcos de agua se reflejan las luces de los locales comerciales que todavía a estas horas siguen abiertos. Prendo un cigarrillo mientras espero a que el semáforo se ponga en rojo para poder cruzar de calle. Seguía sin entender el hecho de divagar por los pasajes con la ingenua idea de poder toparme contigo. El camino de regreso a casa siempre era cansado y peligroso, no recomiendo pasear por el centro después de media noche, uno nunca sabe con qué tipo de personajes puedes encontrarte.
Nada distinto a otras anochecidas, me senté en una de tantas bancas en el zócalo, junto a la fuente. Comenzaba a llover nuevamente, ligeramente; encendí otro cigarro y me cerré la chamarra bien porque el frío se hacía sentir con más fuerza. Opté por retirarme con las manos vacías, aquella noche era la que cumplía dos semanas de recorridos en vano de buscarte, ni un suspiro, ni una mirada, ni un rastro de ti.
Todas esas noches me espiabas desde la ventana de tu departamento, observabas detenidamente mientras yo me dirigía decepcionado y cabizbajo a mi casa. Ni una palabra me dirigiste, ni una señal me enviaste para poder encontrarte.
Comenzaste a llorar desde aquel lunes en el que ya no me viste desperdiciar mis noches por encontrarte. Y comenzaste a buscarme ahora tú a mí, por las noches caminabas por mi colonia, y para serte sincero, me puse en tus zapatos y entendí tus razones por las cuales nunca te dejaste encontrar, y comprendí los sentimientos; no permití que me hallaras.
La última ocasión que te miré fue cuando desapareciste entre la lluvia, en dirección al zócalo de la ciudad, seguramente sin algún peso en tus bolsillos.

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