martes, abril 26, 2005

Rufino

Parte II



Dieron las siete y media de la noche cuando Salomé, desde el ático, escuchó azotar la puerta principal de su casa, sabía que el momento de enfrentar los hechos había llegado, momento que hubiera dado todo lo que poseía a cambio de que éste nunca llegara.

Al principio no sabía cómo enfrentar lo inevitable, sintió que el corazón se le detenía y al mismo tiempo le latía tanto que parecía a punto de reventar. ¿Qué debía hacer? ¿Bajar e intentar explicar las cosas junto a su madre? ¿Esperar a que su madre lo llamara cuando ya hubiera salido la situación a relucir? Muchas preguntas y muy poco tiempo para poder descifrar el paso a seguir, y su corazón lo ponía más nervioso. En lo que pensaba qué hacer, introdujo su disco compacto favorito, “Vulgar Display Of Power” de Pantera (el primer disco que compró ahorrando los pocos pesos que ganaba ayudando a los vecinos con tareas domésticas). No había transcurrido la mitad de la segunda canción, New Level, cuando escuchó un estruendo que provino de la planta baja, al parecer, de la cocina. Apagó su grabadora y abrió cuidadosamente la puerta, para intentar oír lo que sucedía allá abajo. Feroces gritos y sollozos quebradizos fue lo que descubrió al ir descendiendo las escaleras; en cada escalón que pisaba el pie parecía acalambrársele, al punto de que al quinto estuvo a punto de caer por la misma razón. Temblando y pálido como el rostro de un cadáver, Salomé llegó al pasillo que comunicaba la sala de estar con la cocina. Percibió un fuerte y concentrado olor a licor. Escuchaba a su madre llorar dentro del infernal cuarto, pero no era un llanto como al que él estaba acostumbrado y que había soportado infinitas noches, no, esta vez era diferente, era un llanto que al aire pedía piedad, un llanto tan estremecedor que llenó de miedo a Salomé y lo hizo mojar sus pantalones.

La escena al entrar a la cocina no pudo ser más escalofriante. La madre yacía en el suelo con sangre corriéndole por el rostro, arrinconada en la esquina donde se unen los compartimentos de los platos con el mueble del lavaplatos; su padre, propinándole golpes con una mano en todo el cuerpo, mientras mantenía una botella de brandy barato en la otra. Salomé permaneció segundos paralizado ante lo que estaba sucediendo, segundos que se antojaban a horas, segundos que corrían cada vez mas lentamente al ir transcurriendo hasta parecer detenerse en el tiempo, como una foto. Para este momento, Salomé se daba cuenta de que esa noche cambiaría el rumbo de su vida, pasara lo que pasara nada sería igual nuevamente. A estas alturas, la madre había perdido el conocimiento y la sangre seguía brotando de su cuerpo.
De pronto, Salomé sintió un aire frío detrás de él, sabía que no estaba solo.

- Tienes que hacer algo- murmuró Rufino, que para ese momento se encontraba detrás de Salomé.
- Nnnoo... puedoooo – exclamó casi sin podérsele entender.
- Debes hacerle daño, matarlo- dijo Rufino con voz tosca.
- ¡No puedo! – gritó Salomé.

Al escuchar su voz, el padre giró bruscamente en dirección de su hijo, gritándole: “¿ves lo que has hecho?” mientras caminaba hacia a él.

- ¿Por qué haces esto papá?- gritó Salomé con suma nerviosismo. – ¡Ella no tiene la culpa de nada, es un malentendido!
- ¡A mí no me digas lo que tengo que hacer o no chamaco idiota! – aseveró el padre fuera de sí mientras buscaba a Gomitas, que estaba debajo de la cocineta.

- ¡Ahora aprenderás a respetarme y a educarte como debes!

El padre arrojó la botella de licor cerca de Salomé, la cual se quebró al instante de estrellarse en contra de la pared. Agarró salvajemente a Gomitas y lo ahorcó con el collar que traía; el perrito luchó unos momentos solamente, luego dejó de respirar.

- ¡No papa! ¡No lo mates! – gritando alaridos, aunque era demasiado tarde.
- ¡El muy bastardo ha matado a Gomitas, debes ir por el bate de béisbol que está a la entrada y entrarle a madrazos a tu padre! Le dijo Rufino enfurecido a su amigo.

Salomé corrió al sitio donde el bate estaba mientras su padre le exclamaba: “¡regresa hijo de puta!, ¿Te regalo un perro y me pagas con la noticia de que te expulsan de la escuela? ¡Regresa acá!”
Sin decir nada, Salomé tomó el artículo deportivo y se abalanzó en contra de su progenitor, asestándole un golpe fuerte en el hombro izquierdo.

- ¡Hijo de puta!- gritó el padre mientras el dolor.
- Dale uno en la cara y terminas con esto- aseguró Rufino, dejando asomar una sonrisa.

El niño iba tomando vuelo para propinar el segundo golpe cuando su padre reaccionó y le arrebató el bate con fiereza.

- ¡Ahora verás con quién te has metido! – juró el padre.

Encolerizado, el padre arremetió contra Salomé el primer batazo a las rodillas, golpe suficiente para rompérselas; no satisfecho, siguió pegándole hasta que el bate chocara en una ocasión contra el suelo y se partiera. El hijo, tirado en el piso casi inconsciente, susurró: “Rufino, ayúdame”, a lo que el padre con carcajadas contestó: “¡qué chingaderas son esas que dicess!, ¡ja! ¡Rufino está muerto!”

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal